lunes, 29 de septiembre de 2008

Publicada 11/08/2008
Política Nacional / Gabriela Pousa
"No estamos solos, Cristina"


Aplacada temporalmente la crisis del campo, los restantes problemas de la economía y la política vuelven a escena.


Pareciera que los argentinos tenemos una especial devoción en perder el tiempo. Aun cuando este es el único recurso no renovable, lo despreciamos con profesionalismo. Es así que pasamos horas, semanas y días debatiendo el "cambio" de Cristina Fernández de Kirchner como si, acaso, una sonrisa más marcada o un tono de voz menos agudo pudieran modificar realmente a la Argentina. Robert De Niro no deja de ser él porque represente al capo mafia que se analiza en una determinada etapa de su carrera o al siniestro criminal de Cabo de Miedo en otro tiempo. El maquillaje y la cosmética, antes o después, dejan al descubierto lo que se es, sin máscara ni careta.

Indudablemente, la llamada crisis del campo dejó algo más que un Congreso con ganas de seguir funcionando. Amén de haber forjado un sinfín de sospechas y rumores en torno a la fortaleza del gobierno y a los roles que cada miembro del matrimonio representa, el conflicto con el sector agropecuario despejó las portadas de los diarios para recordarnos que la economía viene haciendo mella y la inseguridad no admite ser caratulada más como mera sensación de la población. Los problemas que quedaron de lado, opacados por el protagonismo que supo ocupar el campo, vuelven a escena y requieren algo más que un incipiente cambio comunicacional.

La mentada "oxigenación" que se pedía al oficialismo quedó limitada, por el momento, a pocos desalojos en Balcarce 50 que no demuestran gran operatividad sino la afluencia de nuevas internas. Ni la sonrisa de Sergio Massa ni la obsecuencia ilimitada de Florencio Randazzo están logrando vender las bondades de la Argentina tal como se ofrece en la oratoria oficialista.

El cambio comunicacional que supone mostrar a la Presidente ante las cámaras recorriendo las provincias (amigas) no puede traducirse en apertura ni en transparencia. Puede decirse que, en vez de un atril ahora hay muchos, pero de ahí a sostener que, el gobierno nacional, ha entendido el mensaje y modificado el rumbo hay un abismo. Más allá de la señal de los mercados, del riesgo país que debe leerse en duplicado si se atiende la inflación real y el festival de bonos merodeando, hay movimientos políticos que permiten deducir un panorama desfavorable al oficialismo a nivel institucional. El "estilo K" que lejos de suavizarse se agudiza en forma de venganza infantil y absurda como lo manifiesta el bajar de una comitiva al vicepresidente Julio César Cobos, y en su lugar situar al inefable José Pampuro permite avizorar nuevos problemas.

La pareja presidencial hasta hace poco tiempo parecía ser la única fórmula capaz de darle continuidad a la "democracia" (valgan las comillas). Hoy, la figura del vicepresidente Julio Cobos, ha abierto otra sospecha. Más allá de sus aciertos y sus falencias, la irrupción de otro actor político capaz de decir "no", y no doblegarse ante la supuestamente implacable metodología kirchnerista, surgió realmente como alternativa. Meses atrás una supuesta renuncia de la Presidente abría un desconcierto generalizado como si el hipotético hecho produjera un agujero y un vacío insondable. Hoy, la lectura es otra. Los Kirchner ya no son indispensables. La oposición comenzó a moverse, y muchos peronistas que aplaudieran con vehemencia al kirchnerismo comienzan a pegar la vuelta. Nada nuevo, es cierto. Son los mismos que dejaron de ser menemistas para hacerse duhaldistas en su momento. No ha de asombrar que mañana puedan ser cobistas o macristas pues, para su modo de concebir la política, la etiqueta no cuenta. Les da lo mismo una u otra figurita, contemplan apenas la conveniencia.

Esta irrupción de Cobos en escena sacudió con fuerza no sólo al matrimonio presidencial, que hará lo imposible por frenar la carrera que este emprendiera la noche misma del 17 de julio con tan sólo desempatar una elección, sino también insufló aire a voces que hasta ese entonces se mantuvieron expectantes o incluso se expidieran con benevolencia inaudita a la prédica oficialista. No es casual que desde la Unión Industrial, hoy se lean los índices de la economía con mayor precisión y realismo que como se dictan en el INDEC. La advertencia de la industria, el murmullo que empieza a aflorar en los pasillos del Congreso Nacional a raíz de la "estatización" de Aerolíneas, y el eco de algunas provincias que muestran la arbitrariedad del concepto de distribución kirchnerista son datos de peso.

Ocultando a Guillermo Moreno o sacándole las cámaras de encima a Néstor Kirchner para enfocar a Cristina, no se soluciona el problema real de la Argentina. No hay todavía políticas públicas erigidas como soluciones, ni siquiera hay pistas de cómo se hará frente a los conflictos que emergen sin que haya un Eduardo Bussi ni un Luis D'Elía que distraigan a la ciudadanía.

Ciertos análisis no resisten la menor lógica, no se trata de teorías ni doctrinas. Si los sondeos marcan con énfasis el predominio de hombres como Alfredo De Angeli o Julio Cobos en el conciente colectivo no es tanto por el carisma sino por el método que ambos han sostenido. Ideologías a parte, los dos personajes surgieron repentinos con argumentos de simpleza extrema pero con una característica intrínseca indiscutida: el sentido común como premisa. No hace falta mucha más estrategia. La sociedad argentina es fácil de manejar, quizás más de lo que debiera. Las argucias del kirchnerismo han llegado a complicar la simpleza.

De nada sirve un manejo comunicacional viciado y forzado con el que intentan demostrar cambios. Un solo ejemplo basta para darse cuenta: 24 horas después de que el Senado rechazara la iniciativa oficial propulsora de las retenciones móviles para el agro, se publicó un alza en las ventas de inmuebles y hasta en los pasajes y reservas de hospedajes en centros turísticos. Apelando al menos común de los sentidos, cabe preguntarse si acaso, algún argentino, define la compra de un departamento con lo que ello implica porque se "postergó" una medida hacia un sector definido de la economía. ¿No son otros los parámetros para la inversión, al menos en los países serios? ¿Puede una crisis que se tildó de magnánima e histórica acabar en menos de 24 horas y desatar en forma inmediata el afán consumista de la ciudadanía? La respuesta es obvia.

No serán los discursos los que modifiquen el rumbo de esta coyuntura devenida en crónica. Tampoco alcanza con que Néstor Kirchner opere detrás de bambalinas en vez de hacerlo ante las cámaras. La crisis institucional sumada al evidente aunque negado enfriamiento de la economía, atada por otra parte al voluntarismo de Hugo Chávez más que a una determinada política o a un ejemplo concreto como lo es, sin ir más lejos, el brasileño, traerán, en breve, un escenario donde las dudas jaquearán nuevamente la continuidad del modelo. Y ahora sí hay copiloto despierto, más allá de que sepa o no hacia dónde rumbear para alcanzar buen puerto. Julio César Cleto Cobos es algo más que una simple pesadilla para el kirchnerismo, es la nueva piedra. Será por ello que Néstor Kirchner vociferaba el otro día: "No estamos solos, Cristina".
Publicada 11/08/2008
Al inicio de la semana / Roberto Cachanosky
¡¡¡Con el iceberg en la nariz y no lo ven!!!

El Gobierno continúa negando la realidad y sigue empeñado en buscar a quienes culpar de los desastres que ellos hacen.


Supongamos que hay solamente dos bienes en el mercado y que el stock de moneda total es de $ 100. Supongamos que cada bien tiene un precio de $ 50 y que uno de los oferentes decide elevar el precio de su producto a $ 60. Pregunta elemental: ¿cómo se hace para que con solo $ 100 en circulación la gente pueda comprar un producto a $ 50 y el otro a $ 60? O, dicho de otra manera, si solamente hay un stock de moneda en el mercado de $ 100, ¿mediante qué mecanismo mágico podrían hacerse transacciones por un total de $ 110? Ésta es la pregunta que debería formularse el ministro del Interior cuando afirma que la responsabilidad de la inflación es compartida entre el Estado y los empresarios que suben los precios.

La lógica más elemental indica que si la gente compra el producto a $ 60 el otro bien tendrá que bajar a $ 40, siempre que el stock de moneda se mantenga constante. Es lo que en economía se conoce como cambio en los precios relativos. Solamente podrá comprarse un bien a $ 60 y el otro a $ 50 si el Estado sostiene esos mayores precios con más dinero en circulación.

Si bien el tema es más complejo de lo planteado en el párrafo anterior, lo cierto es que es imposible que todos los precios suban al mismo tiempo si el Banco Central no convalida esos mayores precios emitiendo moneda. Y es justamente esto lo que ha estado ocurriendo en la economía argentina, porque cuando el ministro se queja de la inflación, está dejando de lado un problema fundamental, esto es la política monetaria expansiva que ha venido aplicando el Banco Central a lo largo de todos estos años para sostener artificialmente alto el tipo de cambio ante la ausencia de un superávit fiscal suficiente como sostener, con recursos genuinos, el dólar alto.

El haber cerrado la economía mediante un tipo de cambio artificialmente alto, que ya no lo es, mientras expandía moneda, el impacto inflacionario fue creciendo en forma exponencial porque toda la moneda adicional volcada al mercado impactó sobre los bienes producidos localmente. Dicho en otras palabras, el mercado se encontró con una masa adicional de dinero sin que la oferta de bienes creciera en la misma proporción, ni por más importaciones ni por más inversiones. Cerrada la economía, el ritmo de aumento de la emisión siempre fue superior al ritmo de aumento de la oferta de bienes que podía ofrecer la economía doméstica con el stock de capital existente y, por lo tanto, los precios fueron aumentando. De este modelo no podía esperarse otra cosa que el resultado que tenemos actualmente, porque a la reducción artificial de la oferta de bienes cerrando la economía se le agregó una fenomenal expansión monetaria.

Pero como durante más de 5 años el tipo de cambio nominal quedó clavado en los 3 pesos, y los precios internos siguieron subiendo, resulta que hoy la Argentina es cada vez más cara en dólares con lo cual las importaciones comienzan a aumentar aceleradamente, deteriorándose el saldo positivo del balance comercial del que tanto se ha vanagloriado el gobierno en su defensa del modelo de sustitución de importaciones. Modelo que, por cierto, luce bastante ridículo en la actualidad.

En efecto, si bien cuando fue formulado el famoso deterioro de los términos del intercambio, según el cual nuestros productos valían cada vez menos y lo que importábamos valía cada vez más, era defectuoso en su razonamiento, hoy los famosos términos del intercambio juegan claramente a favor de Argentina. Los bienes primarios suben de precio en el mercado internacional y los bienes que importamos bajan de precio y, además, mejoran en su calidad. Por ejemplo, una simple computadora tiene mucha más velocidad de procesamiento de los datos y capacidad de almacenamiento que una computadora de 3 años atrás, mientras que el precio es más bajo o igual. Con esto quiero decir que con una tonelada de trigo o de soja se puede comprar más computadoras, que son más veloces y de mayor capacidad de almacenamiento de información.

Esta situación, que debería ser motivo de festejo para los argentinos, resulta que es un drama para el gobierno. El oficialismo, anclado en la incorrecta y vieja teoría del deterioro de los términos del intercambio, sigue viendo la mejora de los ingresos como un problema y no como una bendición. Es como si los árabes se agarraran la cabeza y pensaran que se van a fundir porque sube el precio del petróleo. Tan contradictorio como esto es el modelo productivo.

Volviendo al tema de la inflación, el problema de fondo es que durante todos estos años el gobierno aplicó el impuesto inflacionario para sostener artificialmente alto el tipo de cambio. Como el tipo de cambio real se licuó, ahora tiene el problema de la inflación más un tipo de cambio real en niveles cercanos a los que regían durante la convertibilidad. Pero sumado a esto, tiene atrasado una serie de precios como energía, comunicaciones, gas, combustibles, etc. junto a otros bienes, más un stock de capital que ha variado muy poco por ausencia de inversiones.

La caída del tipo de cambio real, o el aumento de los precios internos medidos en dólares, lleva a que el modelo ajuste por más importaciones. ¿En qué situación se encontrarán las empresas locales de ahora en más? Por un lado, tendrán menos rentabilidad por el techo de los controles de precios y un piso que sube por el incremento de los costos internos. Paralelamente, tendrán una menor porción del mercado interno dado que, al bajar el tipo de cambio real, tendrán que competir con más bienes importados. Menos rentabilidad y menor cantidad vendida al mercado interno es lo que tienen que esperar. Es fácil imaginar que el modelo ajustará por el nivel de ocupación. Con lo cual, el famoso modelo con inclusión social se convertirá en una resorte que despedirá gente del mercado laboral.

¿Qué más tenemos que esperar? Que el gobierno opte entre quedarse sin energía por falta de recursos para seguir subsidiándola, o ajuste las tarifas de combustibles, energía, gas y transporte público a partir de una inflación no menor al 30% anual. Es fácil imaginar la llamarada inflacionaria que veremos si los Kirchner, encerrados en su bunker, siguen negando la realidad y comprando como ciertos los fantasiosos datos de Moreno. Hacer un ajuste de las tarifas mencionadas sobre un piso inflacionario del 30% debería disparar el tipo de cambio por fuga de capitales o, si se prefiere, por huída del peso. Precios, dólar y salarios iniciarán una carrera en la cual, es fácil saber, que el que llegará último será el salario.

¿Cuál es el paso siguiente? Un incremento de la pobreza mayor al que tenemos (por más que el INDEK diga lo contrario) con creciente problemas sociales. Digamos que el círculo se cerraría volviendo a los problemas de inflación, desocupación, indigencia y pobreza del 2002. Como en el juego de la Oca, volveríamos al punto de partida.

Mientras el gobierno sigue utilizando la vieja fórmula de buscar culpables a los desastres que ellos hacen, paralelamente siguen negando la realidad. Tienen delante de sus propias narices el iceberg con el que van a chocar y no lo ven o no lo quieren ver.

No aceptan el aumento de la inflación. No aceptan que se acabó el modelo de dólar caro. No aceptan que hay crisis energética. No aceptan que la inversión brilla por su ausencia. No aceptan que el consumo se está cayendo. No aceptan que tienen serios problemas para pagar la deuda pública. En fin, no aceptan la realidad.

El matrimonio está igual que Hitler, movilizando ejércitos y divisiones inexistentes que les inventa Moreno, mientras los rusos están a 200 metros de la puerta del búnker.
Publicada 04/08/2008
Al inicio de la semana / Roberto Cachanosky
Pensando el post kirchnerismo

El fracaso del modelo económico y de un estilo de hacer política abre la posibilidad del advenimiento de una verdadera democracia republicana y un gobierno limitado.


Tanto el ex ministro de Economía Roberto Lavagna como algunos sectores de la izquierda están preocupados porque consideran que el estrepitoso fracaso al que nos está conduciendo el modelo kirchnerista provocaría un retorno de la derecha al gobierno y a la política económica.

Vaya uno a saber qué entienden por derecha, pero es fácil advertir que –en esa mezcla de conceptos en que suelen incurrir– identifican a la derecha con la palabra neoliberalismo, invento reciente para no decir directamente liberalismo.

Quienes así piensan consideran que la crisis del kirchnerismo es consecuencia, únicamente, del comportamiento agresivo y de la permanente confrontación del matrimonio. Olvidan o desconocen que, en realidad, el modelo económico propuesto por los Kirchner estaba inexorablemente condenado al fracaso, más tarde o más temprano. Lo que sí puede decirse es que, si bien el modelo era inconsistente en sí mismo, tanto el matrimonio como su disciplinado soldado Guillermo Moreno han conseguido acelerar y profundizar una crisis que era inevitable al agregarle a la inconsistencia del modelo ingredientes propios de la Inquisición.

¿Qué temen Lavagna y la izquierda que pueda venir luego de la caída del modelo? ¿El respeto por las instituciones republicanas y al derecho de propiedad que atraen inversiones y generan crecimiento? Porque no debe olvidarse que la gran conquista de Occidente fue el movimiento liberal que logró limitar el poder de los monarcas para que estos dejaran de abusarse de su posición para esquilmar a los contribuyentes, sometiéndolos a sus caprichos.

El movimiento liberal no sólo consiguió eliminar las arbitrariedades de los gobiernos autocráticos sino que, además, fue el principal abanderado de los derechos humanos al limitar el uso de la fuerza de los monarcas contra sus súbditos, al tiempo que fue el gran defensor de la libertad de expresión y otras libertades civiles y políticas.

De manera que si hoy se teme al liberalismo, en verdad a lo que se le tiene miedo es a que la Argentina consiga establecer una democracia republicana que, al limitar el poder del Estado, termine con las arbitrariedades y elimine la corrupción, o al menos impida que ésta no sea cobijada por la impunidad.

Viendo la velocidad de crucero a la que marcha el gobierno de los Kirchner rumbo al iceberg, el principal temor que aparece en varios sectores de la dirigencia política es el de perder los privilegios y el modelo de negocio basado en subsidios, protecciones y demás tipo de medidas intervencionistas que generan rentas extraordinarias en determinados sectores productivos a costa de los ingresos de los ciudadanos. En otros términos, el miedo al liberalismo es el miedo a la competencia, a la inversión, a la capacidad de innovación y a la ausencia de mercados cautivos. El miedo a que el Ejecutivo sea controlado por el Legislativo y la Justicia actúe en forma independiente.

Dos modelos claramente contrapuestos se presentan para el post kirchnerismo. Uno es el de la libertad, la mejora de los ingresos en base a las inversiones, la limitación del poder y el respeto a la propiedad. El otro es el de continuar con este sistema decadente que es funcional a las ambiciones de poder de amplios sectores políticos, empresariales y sindicales. Esa ambición de poder se sustenta en mercados cerrados a la competencia para tener subordinados a los empresarios. Les dan el mercado cerrado para que ellos obtengan, con bajas inversiones y escasa competitividad, altas tasas de rentabilidad. A cambio de este beneficio, están dispuestos a sacrificar parte de su rentabilidad para calmar a la población con simples limosnas.

A su vez, el poder ilimitado de los gobernantes les permite no sólo controlar a sectores empresariales, sino que, además, el mantenimiento de la pobreza es funcional a sus objetivos de poder. Cuánta mayor pobreza, mayor es la dependencia de la población para subsistir gracias a las dádivas del gobernante de turno y más votos cautivos se consiguen.

¿Qué pestes tan terribles traería el liberalismo ante el fracaso kirchnerista? Las tan terribles pestes serían que se acabarían los peajes que cobran los burócratas para aprobar un formulario para que la gente pueda trabajar, dado que se eliminarían las arbitrarias regulaciones, fuente inagotable de corrupción. Otra peste que sobrevendría con el liberalismo sería la creación de condiciones institucionales para que llegaran inversiones y se crearan más puestos de trabajo, mejor remunerados y con mejores condiciones laborales. La tercera peste que sobrevendría sería la eliminación del regresivo impuesto inflacionario. La cuarta consistiría en que los argentinos, ante la seguridad jurídica, dejarían de fugar sus capitales hacia los países desarrollados y los repatriarían para financiar nuestro propio crecimiento en vez del de EE.UU. como lo hizo Néstor cuando giró los fondos de Santa Cruz al exterior. La quinta peste sería terminar con la expoliación impositiva de los ciudadanos para mantener a una legión de ñoquis e incapaces que viven a costa de los que trabajan honestamente. La sexta consistiría en que todos los gastos del Estado serían debatidos y controlados por el Congreso de la Nación. La séptima implicaría establecer un verdadero sistema federal impositivo para que las provincias y los municipios no tengan que mendigar en Buenos Aires fondos que les pertenecen. La octava peste pasaría por integrarse al mundo para vender los productos que se producen en la Argentina, incrementando el comercio exterior para aprovechar un mercado de 6.000 millones de consumidores potenciales.

Podría seguir enumerando pestes que vendrían con la llegada del liberalismo. Sin embargo, no vale la pena, porque esas pestes no serían para los argentinos sino para los inescrupulosos políticos que se han aprovechado del poder para esquilmar a la población aumentando sus cuentas bancarias.

A raíz de la crisis del campo, mucho se ha hablado de una lucha por la dignidad y también se ha intentando poner de rodillas a todo aquel que se opusiera a ser denigrado.

El post kirchnerismo le dará a la Argentina una nueva oportunidad para salir de esta larga decadencia en la cual se denigra a los habitantes. Tendremos la oportunidad de establecer una democracia republicana, con gobierno limitado y libertad económica que no sólo terminará con la decadencia, sino que –lo que es más importante– nadie tendrá que ponerse de rodillas frente al mandamás de turno para poder trabajar en paz, por pensar diferente o para recibir alguna limosna. En síntesis, el debate será entre estar todos de pie, con dignidad y libertad, o seguir sometiéndonos a las denigrantes arbitrariedades de funcionarios inescrupulosos
Publicada 07/08/2008 el Programa Radial:"Economìa para Todos"
Política Internacional / Emilio J. Cárdenas
La "resurrección" trasandina de Eduardo Duhalde

Con una columna publicada en el diario chileno La Tercera, el ex presidente intenta volver al ruedo político.


Eduardo Duhalde es uno de los políticos que, con sus desaciertos más daño ha hecho a la Argentina en los últimos años. En momentos en que la imagen de la Presidente Cristina Kirchner está por el suelo, Duhalde parece decidido a lastimarla aún más.

Esto ocurre cuando nuestra Presidente se refugia en el escenario exterior (en el que tiene serias dificultades de actuación) recurriendo a las publicitadas visitas a nuestro país de los Presidentes "Lula" da Silva y Hugo Chávez para generar así algo de oxígeno con espaldarazos verbales, Duhalde acaba de pegarle un mazazo desde las columnas de "La Tercera", de Santiago de Chile.

Una larga vida política

Nacido en 1941, Duhalde no tiene aún canas. Señal de buena vida o de saber engañar. Su primer cargo político de envergadura fue la intendencia de Lomas de Zamora, su barrio, en la que hizo una gestión sobre la que flotó la sombra de vinculaciones con el narcotráfico y el juego que, sin embargo, jamás fueron probadas. En 1987 resultó electo diputado, siempre desde el peronismo. Aliado luego con Carlos Menem, fue su Vicepresidente, cargo que ejerció por dos años para luego alcanzar la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, en 1991, cuyas finanzas dejara, al culminar su gestión, en pésimo estado.

Para algunos Duhalde fue, en diciembre de 2001, el cerebro de los inéditos "empujones" callejeros que alejaran a Fernando de la Rúa y, luego, en Chapadmalal, también a Adolfo Rodríguez Saa de la presidencia que ambos ejercieron. Como consecuencia de ellos asumió (por la ventana del Congreso, en lugar de las urnas) la presidencia de nuestro país. En el 2003, antes de que venciera el mandato que trataba de completar, renunció acosado por un sinnúmero de errores, de todo tipo. Al irse entronizó en el poder al matrimonio Kirchner, al que ahora denuesta.

En el 2005, con motivo de otro caso de nepotismo, o sea con la candidatura de su esposa "Chiche" al Senado de la Nación, Duhalde enfrentó a los Kirchner y se alejó de su sombra.

"Chiche", aclaremos, es mucho más sensata que su marido, quien desde entonces simuló haberse "retirado de la política". Por ello su médico personal y su secretario de toda la vida lo "cambiaron" -presurosos- por los Kirchner a quienes, con obsecuencia sin par rindieron inmediata pleitesía, participando en su gabinete ministerial, pese a que éste intentaba abiertamente "congelar para siempre" la carrera política de Duhalde, estrategia a la que no dieron trascendencia alguna, más allá de las décadas de íntima relación antes acumuladas. Quizás por aquello de "muerto el Rey", seguramente.

El nuevo "Lázaro"

Hoy, advirtiendo el suicidio político de los Kirchner, un Duhalde resucitado parece empeñado en encontrar la manera de "empujarlos" -constitucionalmente- fuera de la Casa Rosada. Por esto aquellos que alguna vez le dieron la espalda hoy se acercan a él, cual moscas a la miel, impulsados por la pavura de quedar, de pronto, fuera del "sistema" al que ordeñan empeñosamente.

Recordemos que Duhalde previamente, con un paso increíble por los escalones más altos de la "integración" regional, intentó mejorar su imagen. La falta total de resultados y la mediocridad más absoluta sugirieron entonces que no podría regresar a la política. Pero en ese peculiar mundo existe ciertamente la resurrección, más allá de las calidades personales. Y Duhalde está de regreso, tejiendo activamente desde bambalinas, por control remoto. Al acecho. Como tantas veces en el pasado.

Lo novedoso es que ahora Duhalde ha comenzado a "hablar" ante los medios. Primero dialoga con los periodistas extranjeros. Los de habla hispana naturalmente, porque (hablando de calidad) Duhalde, como los Kirchner, tiene imposibilidad física de mantener un diálogo fluido en cualquier idioma que no sea el propio.

Comenzó con "La Tercera", de Chile, que acaba de publicar una entrevista picante, cuyos puntos salientes comentaré enseguida.

Repentinas declaraciones a los medios

• Duhalde comienza su charla periodística con "La Tercera" devaluando a Néstor Kirchner, tarea que obviamente no es muy compleja. Para ello señala que su "error" es el de "creer que el crecimiento es para siempre, sin advertir que es el rebote de una devaluación". Lo dice porque, como la mayoría de los argentinos advierte que, más allá de la publicidad oficial, el "modelo productivo con inclusión social", con el que se llena la boca el oficialismo, está deshilachándose aceleradamente; "haciendo agua" por los cuatro costados. Porque el "viento a favor exógeno" se debilita y porque los Kirchner creen que su impulso es innecesario y desmoronan -ex ante- sus efectos desde el populismo resentido más descarado. Duhalde, que los aplaudiera a rabiar (cuando se llenaba de aire caliente sugiriendo que eran su gran "legado" a la posteridad), ahora los critica, tomando distancia de ellos.

• Sobre la confrontación aún no resuelta de los Kirchner con el sector rural, la califica de "absolutamente innecesaria". Sabe que la Provincia de Buenos Aires (que fuera su bastión) jamás volverá a votar por los Kirchner y sale en busca de renovar su apoyo, ilusionado. Como si todos, amnésicos, pudieran olvidar de pronto quien trajo a los Kirchner.

• En busca de gloria, advierte que el "acierto económico" de los Kirchner se limitó a haberse quedado "con todo el equipo que yo (Duhalde) había formado". Se olvida de algunos, como Remes Lenicoff y sus "asimetrías", quien sigue -calladito- en la embajada argentina ante la Unión Europea, tratando que no se advierta cuales fueron los beneficiarios reales del "trabajo sucio" que le tocara hacer en el 2001/02. Pero Duhalde está empeñado en destruir, razón por la cual agrega que el "peor error" de Néstor Kirchner, al que califica de "grosero", fue cuando decidiera "ser el Ministro de Economía". A ello adiciona que Kirchner cometió un "segundo error histórico", el de haber elegido a una persona (Cristina) que no tenía experiencia en funciones de gobierno", como si ello y no calidad fuera lo decisivo.

• Tratando de disimular, dice estar ahora dedicado sólo a "ir preparando una clase política que se incorpore a cualquier partido. (sic)" "Desgraciadamente, añade, nuestra dirigencia es de una mediocridad absoluta"; todos, aparentemente, al voleo. Está, sostiene (sin advertir que así ofende gratuitamente a nuestros vecinos) "al nivel del Paraguay", al que evidentemente considera horrible. Aquello de la "paja en el ojo ajeno" y la "viga" inmensa en el propio nos viene a todos a la memoria, automáticamente.

• Con "cola de paja", Duhalde prosigue la extraña entrevista sentenciando "Cuando tuve que devaluar, dijeron que lo hacía para las grandes empresas". Confirmándolo, a renglón seguido dice: "Ahí se beneficiaron sobre todo los que se habían financiado en la Argentina", cuyos pasivos diluyó, trasladándolos insensiblemente a la sociedad toda. Pensando seguramente en los Kirchner, Duhalde comenta a continuación: "Imbécil es el presidente que no quiere a sus grandes empresas. Ahora lo que estamos logrando con el maltrato es que se vayan al Brasil". Como las exportaciones de carnes y granos, sobre las que en su momento no se preocupara Duhalde, justificando todo lo hecho por los Kirchner.

• Pontificando cual gran oráculo, le dice a la periodista (Natahsa Niebieskikwait): "No se puede gobernar en tiempos de crisis con personas que no tienen experiencia". "Ella (Cristina) no puede gobernar sin él, no tiene posibilidad". Horrible. Pese a que la dura crítica proviene de un hombre que, en rigor, dedicó su larga vida política a esconder problemas bajo la alfombra.

• La entrevista se cierra con una pregunta bastante "cargada". ¿"Habló con Alberto Fernández, tras su renuncia?. "Sí, contesta, le hablé después que lo despidieron". Mientras tanto, Fernández aclara -a Dios y a María Santísima- que su propio "Jefe" político es Néstor Kirchner. "Así son los muchachos", diría Duhalde, como cuando sus "ad-lateres" más íntimos, ayer nomás, lo dejaran abandonado, en la más desleal soledad.

Ante sus declaraciones, que hemos simplemente reseñado, no es fácil ser demasiado optimista con el futuro argentino inmediato, si de pensar en Duhalde como posible "hacedor de opciones" se trata.

¿Creerá Duhalde que no tenemos memoria? ¿Que no somos capaces de pensar? ¿Que no recordamos como fue -realmente- su gestión y de la mano de quién llegaron los Kirchner al poder
Virtudes fundamentales para un presidente

Desde el retorno de la democracia, los titulares del Ejecutivo en Argentina han carecido de muchas virtudes esenciales para el cargo.



El último fin de semana y con el fin de contrarrestar el clamoroso éxito de la 122ª exposición rural en Palermo, la presidente convocó a la primera conferencia de prensa del período conyugal iniciado hace 5 años.

Fiel a su estilo, comenzó por justificarse culpando a gobiernos anteriores que tampoco las habían realizado. Luego, la entrevista discurrió en medio de la infrecuente cortesía de los periodistas y una asombrosa rapidez mental de la primera mandataria, quien en muchas ocasiones respondió sin un instante de reflexión, como si estuviese adivinando el texto de las preguntas.

Todo lo que dijo puede resumirse en una sola frase. "No me arrepiento de lo hecho; volvería a hacer todas y cada una de las cosas que hice, incluso a impulsar de nuevo la resolución 125". Habló como si nunca hubiese ocurrido la formidable rebelión cívica -urbana y rural- ocurrida desde el 11 de marzo hasta el 17 de julio con multitudinarias concentraciones populares, superadas en pocos países del mundo.

Este absoluto desdeño por la realidad sirvió para confirmar la tesis predominante. El gobierno de Cristina intentará repetir una y mil veces las mismas experiencias esperando que se produzcan resultados diferentes. No se trata de un "razonamiento crítico" sino de una "convicción ideológica".

Infortunios de la democracia

Desde la recuperación de la democracia -como sistema político para elegir y reemplazar gobernantes- nuestro país tuvo experiencias desafortunadas y enmarcadas en una deplorable decadencia.

Así en la década de los '80 políticos incompetentes confundieron democracia con indisciplina monetaria, improvisaron el plan austral y el plan primavera, emitieron bonos del Estado con denominaciones farmacéuticas y terminaron financiando el gasto público con el más perverso de los impuestos, provocando el caos social de la hiperinflación.

En la década de los '90 fueron reemplazados por otros políticos que se revistieron con los jubones de un neoliberalismo que no entendían. Buscaron la reelección repudiando las reglas constitucionales que habían jurado cumplir. Instalaron la corrupción en el seno del gobierno con el mecanismo del "robo para la corona". Pretendieron lograr la continuidad mediante un gasto público que creció más que el ingreso, financiado con una deuda impagable que causó el desempleo y la destrucción de la clase media.

Luego, en la década del 2000 fueron sustituidos por políticos abúlicos y aburridos que mostraron su total falta de carácter. Se presentaron como dirigentes austeros pero dilapidaron la riqueza nacional a fuerza de impuestazos, blindajes y onerosas reestructuraciones de la deuda. Terminaron con la flagrante violación del derecho de propiedad mediante la creación del corralito bancario.

Pocos años después, se produjo una sucesión funesta. Los amorfos fueron reemplazados por el personaje que había perdido las elecciones. Por arte de birlibirloque encaró la destrucción de los contratos privados, devaluó la moneda, alteró los montos de las deudas con la pesificación asimétrica, implantó el corralón bancario, se apropió de los depósitos en dólares y destruyó todo resto de orden monetario con la circulación de falsas monedas emitidas por aquellas provincias que estaban en bancarrota.

A principios del 2003 se produjo el retorno de los políticos resentidos y autoritarios, que revestidos de neopopulismo resucitaron las viejas antinomias del pasado. Para acumular poder atizaron los odios y las revanchas de acontecimientos ocurridos hace más de un cuarto de siglo. Se revistieron cínicamente con las túnicas de los derechos humanos de una parte, adulterando la verdad histórica. Extendieron hasta límites increíbles la corrupción estatal con sobreprecios, valijas bolivarianas y facturas truchas. Con alharaca, impusieron una quita en la Deuda Pública, aumentaron la recaudación de impuestos y elevaron el gasto público de manera nunca vista para mantener el clientelismo y comprar adhesiones políticas.

Luego de cuatro años y medio, se produjo la morganática sucesión del poder nominal en la propia esposa, elegida a dedo como continuadora de un gobierno petrificado e inamovible, presentado como "el cambio dentro del cambio".

Los que sigan, ¿serán peores?

Este decadente plano inclinado del tobogán político, nos hace temer que quienes sigan sean peores que los actuales. Por lo cual tenemos que entender cuál fue la causa y el mecanismo que produjeron tamaños desaciertos.

Sin ninguna duda el proceso se desarrolló dentro de una democracia falsificada que sólo ha brindado escepticismo y desconfianza en quienes llegan al poder.

Una de las razones de este proceso ha sido el desconocimiento acerca de las aptitudes morales, las facultades mentales y las convicciones intelectuales de aquellos que elegimos como gobernantes. No sabemos quiénes son, qué han hecho, cómo piensan, cómo se comportan y cuáles son sus ideas acerca del futuro del país. En todos los casos dimos un salto en el vacío. Porque no reparamos en una cuestión que es esencial. Se trata del concepto de las virtudes fundamentales que deben tener quienes pretendan gobernarnos.

Muchos seguramente esbozarán una sonrisa enigmática. Para ellos la palabra "virtud" es algo que ha muerto o que está a punto de extinguirse. Sólo hablan de la virtud con ironía o como de algo curioso, pasado de moda.

Esas personas piensan que mencionar la "virtud" es exponerse al ridículo.

Sin embargo, esta actitud significa que no han comprendido su importancia decisiva.

La virtud no es la "honradez" ni la "corrección" de un hacer aislado. Mucho menos la mojigatería, aquella actitud de las personas con una moralidad exagerada, que se escandalizan de todo y por todos.

La virtud significa otra cosa muy distinta.

Es el conjunto de cualidades propias de la condición humana, que permiten alcanzar la máxima perfección de nuestras posibilidades: energía, valor, esfuerzo y valentía. El hombre y la mujer virtuosos son aquellos que demuestran tener méritos, valores, talentos y perfección moral. Por eso realizan el bien sin esfuerzo, obedeciendo a sus inclinaciones más íntimas.

Para que nuestro próximo gobierno sea óptimo, es decir justo y eficiente, es absolutamente necesario que esté compuesto por personas íntegras no por delincuentes.

No se trata sólo de las "instituciones" en abstracto. Son fundamentales las personas. Porque no es posible ser un buen presidente, ministro, diputado, senador, gobernador o intendente, sin que al mismo tiempo no se posean las virtudes propias de un hombre sabio, prudente y honesto.

Hemos tenido demasiadas experiencias en contrario para no comprenderlo adecuadamente.

Cuando el anhelo popular de que exista un gobierno justo es una mera utopía. Cuando no se produce la renovación de dirigentes políticos, ni el cambio de representantes sindicales. Cuando no aparecen nuevos emprendedores sociales, porque los antiguos se aferran a sus cargos. Cuando se advierte que las jóvenes generaciones de políticos no constituirán un grupo de relevo de hombres virtuosos, sino que están contagiados con las mismas lacras que los viejos carcamanes. Entonces…. cuando estas cosas suceden, es que ya no hay esperanzas.

Virtudes que debemos buscar al elegir gobernantes

Y ¿cuáles debieran ser las virtudes que debemos exigir a los futuros gobernantes, para elegirlos sin correr el riesgo de sorprendernos cuando lleguen al poder? Max Scheler (1874-1928), el destacado filosofo alemán que se puso a reflexionar sobre los valores humanos y lo eterno en el hombre, nos enseñó que las cuatro imprescindibles virtudes fundamentales que debe tener un gobernante moderno son las siguientes: la conciencia de su responsabilidad personal, el respeto hacia las personas y la veneración por la vida ajena, la humildad en el trato social y protocolar y la piedad por las necesidades y desgracias del prójimo.

Veamos someramente cada una de ellas y comparemos la enormidad de la falta de estas virtudes en los dirigentes que nos gobiernan y en aquellos que gobernaron el país desde la restauración de la democracia hasta nuestros días.

1ª conciencia de la responsabilidad personal, que lleva a que los dirigentes cumplan con su deber, asumiendo sus fallas y cargando con los fracasos de sus errores, sin echar la culpa de los problemas a quienes los precedieron o a ignotos personajes que nada tienen que ver con sus deficiencias. La conciencia de la responsabilidad también exige al gobernante una firme voluntad de servicio, una visión clara sobre el futuro del país y un concepto dominante sobre la arquitectura del orden social respetando la libertad y la justicia distributiva.

2ª respeto hacia las personas y veneración por la vida ajena, sobre todo hacia los ancianos, los niños y aquellos que todavía no tienen vida independiente de la protección materna, pero que constituirán nuestra descendencia y las futuras generaciones. La seguridad personal en la vía pública y el combate eficaz contra la delincuencia también constituyen una forma esencial de respeto a las personas.

3ª humildad en el trato social y protocolar, que implica reconocer el mérito de los demás, saber escuchar opiniones diferentes, esforzarse por dialogar con todos para construir un proyecto sugestivo de vida en común y comprender que mucho de lo que se posee no es mérito propio sino que constituye un don recibido de nuestros padres y de muchas otras personas que nos formaron y brindaron su ejemplo, a quienes debemos agradecimiento por su generosidad.

4ª la piedad entendida no sólo como compasión por las desgracias del prójimo. Por encima de ello, la piedad es el sentimiento que nos hace aceptar y cumplir todos los deberes, el amor respetuoso, la veneración, la ternura de los padres, el amor filial, los afectos familiares, el cariño hacia los amigos, el amor a la patria y el respeto por sus tradiciones.

El candidato político que en las próximas elecciones no demuestre tener estas virtudes, no merece de ninguna manera nuestro voto. Será una nueva frustración, porque después terminaremos señalando "que no nos representa". Es una cuestión de supervivencia y de remontar la cuesta abajo que hemos venido transitando en 25 años de democracia falsificada.